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El trabajo social en el medio rural, una constante reinvención y búsqueda de recursos

by Sandra Megías febrero 3, 2021
Por Sandra Megías febrero 3, 2021

En este curso, la Facultad de Trabajo Social ha celebrado su 30 aniversario. Por este motivo, hemos hablado con dos de sus ex-alumnas de las promociones 2006-2009  y 2012-2016 para conocer su situación laboral y la presencia del Trabajo Social en el medio rural: Natalia Griñán y Marta Megías. 

-SM: ¿En qué han consistido vuestras labores como trabajadoras sociales?

-MM: Yo estuve trabajando, primeramente, en un pueblo cerca de mi localidad, que se llama Minglanilla en una asociación de Alzheimer. Íbamos todos los días otra trabajadora social y yo y les hacíamos como una especie de talleres y estimulación cognitiva, porque la mayoría de los usuarios que teníamos tenían Alzheimer. Estuve así durante un año más o menos. Luego estuve trabajando en una residencia de mayores, también de una localidad cercana, que es Casas de Benítez. Mi labor consistía en recepcionar a los usuarios y les hacía un seguimiento: un Plan de Atención Individualizado. También a los familiares les enseñaba un poco las instalaciones, en qué iba a consistir toda la residencia y  hacía labores de información a los  posibles familiares que llamaran. También, mi trabajo consistía en la coordinación con los demás profesionales de la residencia. Actualmente estoy en un centro de día trabajando como directora. Mi labor consiste en coordinar todas las labores -tanto de los auxiliares, como de enfermería- y también hago terapias con los usuarios. Mi función también consiste en  hacer el contrato cuando vienen al centro y les hago terapias a nivel cognitivo y a nivel funcional.     

-NG: Yo antes de Trabajo Social estudié Educación Social y  he trabajado principalmente de educadora, pero bueno, también he tenido funciones de trabajadora social. Empecé en el Ayuntamiento de Cuenca, en un proyecto de Educación de Calle con jóvenes. Llevábamos el tema de proyectos de ocio alternativo. Yo estaba en el Centro Social de Las Quinientas y trabajaba con los jóvenes del barrio, donde ofrecíamos alternativas de ocio. Luego, empecé a trabajar en un piso tutelado de menores y trabajábamos con  menores que vivían en el piso tutelado. Ahora, desde hace dos años y medio, trabajo en Servicios Sociales de Iniesta y formo parte del equipo técnico de Inclusión. Entonces, mis funciones allí están relacionadas con la inclusión. 

-SM: ¿Existen muchas diferencias entre trabajar en un medio rural a trabajar en una ciudad, por ejemplo?

-NG: Sí. El trabajo en el medio rural tiene sus ventajas y sus desventajas, pero igual que en el mundo urbano. En la ciudad hay una gran posibilidad de recursos, de servicios y de posibilidades con las que cuentas para hacer frente a cualquier situación a la hora de cubrir necesidades cuando intervienes con una persona o una familia. Sin embargo, en el medio rural no existen tantos recursos o no hay tantas posibilidades, pero tienes esa capacidad de que las mismas personas del pueblo puedan crear esos recursos o reinventarse ante eso. Entonces, se ofrecen otras alternativas y otras soluciones que surgen de la cercanía que hay en un pueblo, de la solidaridad entre los vecinos, del sentimiento que hay de unión, porque la ciudad es como más individual. Siempre es importante en un pueblo la participación activa y la gente participa más en el propio desarrollo del pueblo. 

-MM: Yo estoy un poco como Natalia. Los recursos que existen en una ciudad que en muchos pueblos, o en la mayoría de los pueblos, no los hay. Hoy en día, la gente del medio rural nos reinventamos o creamos nuestros propios recursos por la falta de medios. Claro, también depende de la ciudad en que trabajes. Yo ahora mismo estoy en Albacete y es una ciudad relativamente pequeña y el sentido de individualismo se lleva algo menos. No es como, por ejemplo, trabajar en Madrid o Barcelona, o Valencia, que son ciudades mucho más grandes y mucho más individuales. Entonces, ahí también está la función de las trabajadoras sociales de hacer que ese individualismo lo hagamos colectivo; que participen las familias o el entorno con el usuario o la usuaria. 

-SM: Las necesidades de los usuarios que habéis atendido, ¿han estado marcadas por su pertenencia a un pueblo?

-MM: Sí, yo que tanto en ciudad como en pueblo he trabajado con mayores, sí que es verdad que las necesidades cambian. Porque en el pueblo el tema de dejarlos y luego volver a por ellos no ha supuesto un sacrificio para las familias, en este caso para los hijos, que eran los que los traían al centro, como sí pasaba en la ciudad. En la ciudad, la gente se mueve más, está trabajando… entonces esa necesidad ha cambiado. Pero bueno, creo que depende de qué colectivo se trate. Supongo que sí que existen diferencias. 

-NG: Sí, yo creo que existen diferencias. Las necesidades, más o menos, pueden ser las mismas, lo que no es lo mismo es la respuesta que tú das a esas necesidades. Porque, lo que hablábamos antes, los recursos no son los mismos y tienes que dar otras respuestas, pero sí, las necesidades cambian. 

-SM: ¿Qué tipo de necesidades se suele atender en un pueblo?

-NG: En mi caso, que trabajo el tema de la inclusión, las necesidades son un poco multidimensionales. Son de todo tipo. Pero, sobre todo, el desempleo, la falta de formación, personas con discapacidad, familias monoparentales que no tienen recursos, la falta de recursos económicos… También nos encontramos, aunque algo menos, pero también, personas sin hogar o problemas de drogodependencia… Atendemos, un poco, un poco de todo. 

-MM: Sí. Yo cuando estuve trabajando en Minglanilla y en Casas de Benítez, las necesidades eran distintas, como era en el colectivo de mayores, a por ejemplo Natalia que ha trabajado en otro tipo de situaciones. Hoy en día creo que no hay mucha diferencia de necesidades de un pueblo a una ciudad, porque en el tema por ejemplo, que estaba comentando Natalia de drogodependencia, sí que es verdad que en una ciudad hay muchísima más gente o el tema de inmigración, también hay mucha más gente. Ahí lo que más influye es lo que estábamos hablando de los recursos. Las necesidades, en los pueblos, hay que hacer un poco de ingenio; hay que hacer magia, a veces, para atenderlas. 

-SM: ¿Cambia el vínculo que puede tener un trabajador o trabajadora social en un pueblo al que pudiera tener en una ciudad?

-NG: El vínculo que yo creo que más puede haber diferencia es a la hora de la participación en el ámbito comunitario. Yo creo que la atención individual puede ser más o menos igual dependiendo del profesional. Pero yo creo que lo que más puede cambiar es eso, la participación social en el ámbito comunitario, porque es completamente diferente una ciudad a un pueblo. La participación social, el apoyo a las asociaciones… No es lo mismo, porque al final en un pueblo las redes sociales se forman de forma natural y espontánea, porque todo el mundo se conoce, sabe dónde vive, conoce la situación de sus vecinos y no es lo mismo. 

-MM: Yo pienso que no debería de cambiar, porque un trabajador o trabajadora social tiene que tener ese vínculo, esa conexión especial con el usuario o los usuarios. Pienso que un buen profesional tiene que dar el cien por cien de su trabajo a cualquier persona que atienda. Da igual que sea de un pueblo, o que sea de una ciudad. Y, sobre todo, potenciar los pueblos, las zonas rurales, puesto que como veníamos diciendo tienen menos recursos. Potenciar esa creatividad y que las personas también -que no solo sean el profesional o los profesionales que intervienen, sino que sea también la propia persona o personas- se muevan y que incentiven esa creatividad. Pero pienso que no debería de cambiar, sí que bien es cierto que como dice Natalia que cambia. Cambia, pero no debería de ser así, desde mi opinión.

-SM: Natalia, tú, además, eres educadora social, ¿en qué se diferencia tu labor a la del resto de tus compañeras?

-NG: En Iniesta somos un equipo de cinco profesionales, estamos: dos educadoras sociales, dos trabajadoras sociales y un auxiliar administrativo. La diferencia entre nosotras, ya no como trabajadoras sociales o como educadoras, es que cada una lleva el peso de un programa. Entonces,  cada una tiene su programa, aparte de las cosas que podemos tener en común, las intervenciones o los proyectos. Pero sí que es verdad que, desde la educación social nos centramos más en el ámbito del acompañamiento a las familias. Por ejemplo, la educadora de familia lleva su propio programa de “Atención a Familia: Unidad de Convivencia” y atiende las dificultades que ella puede atender de las necesidades básicas que tenga la familia en relación a la manutención o protección, cuidado de los niños… Yo, por mi parte, desde el equipo de Inclusión, llevo el programa de “Prevención y Atención Integral ante Situaciones de Exclusión Social” y  potenciamos aprendizajes, habilidades sociales a las personas o a los grupos que están en exclusión social. Es como un acompañamiento a la mejora de calidad de vida. Mis compañeras, desde el Trabajo Social propio, se ocupan de la atención directa a las demandas, porque la puerta de entrada es el trabajador social y desde ahí ya se va derivando a otros programas. 

-SM: Centrándonos ya en la actualidad más reciente, ¿ha afectado en vuestro trabajo la situación del Coronavirus?

-NG: Pues sí, las necesidades han cambiado este año… La atención también ha cambiado, y los proyectos que teníamos en mente hacer este año también han tenido que cambiar y adaptarse a la situación que tenemos. Nosotros sí que es verdad que hemos notado que, en la pandemia, la intervención ha sido como más asistencial, porque tenías que atender situaciones de urgencia que surgían a cada momento y no se ha podido llevar ese acompañamiento que se venía haciendo desde antes.  

-MM: En mi caso ha afectado de lleno, porque yo trabajo en un centro de día, como he comentado y debido a la pandemia tuvimos que cerrar. El día 12 de marzo nos lo comunicaron desde Bienestar Social de Albacete, que debido a la pandemia teníamos que cerrar. Desde entonces tenemos cerrado el centro y a expensas de cuando podemos abrir. Sobre todo ahora, al estar en el nivel 2, los centros de día tienen que estar cerrados. Queríamos abrir para finales de julio, principios de agosto, hicimos el Plan de Actuación para actuar en caso de coronavirus, pero no ha podido ser; con lo cual nos ha afectado de lleno. Yo veo a usuarios por la calle, a familias sobre todo y  tienen ganas de empezar, porque no saben qué hacer con su padre o con su madre. Se va a notar muchísimo cuando los usuarios regresen al centro, porque va a haber un bajón impresionante de cómo estaban antes de la pandemia a ahora. 

-NG: Sin embargo, en Servicios Sociales la demanda es todavía mayor y tenemos mucha más gente a la que atender; pero claro, se atiende de otra forma. Antes atendíamos más con cercanía y ahora tienes que atender desde la distancia, por teléfono, y también atendemos allí, pero es de otra forma.

-SM: Y las necesidades habrán cambiado… Habrá gente que no haya ido a Servicios Sociales nunca y, debido a la pandemia, a lo mejor habrá tenido que recurrir a vosotros… 

-NG: Hemos detectado muchísimas familias más, en situaciones que antes no tenían ningún tipo de necesidad y ahora, pues hay otras necesidades. 

-SM: En tu caso, Marta, ¿cómo ha podido afectar la pandemia a los usuarios del centro en el que estabas trabajando?

– MM: Ha afectado negativamente, porque tened en cuenta que allí en el centro les estimulábamos a nivel cognitivo, funcional, físico… Era una estimulación constante. Aparte, muchos de ellos, pues iban ahí, pasaban el rato, estaban entretenidos y, sobre todo a las familias, pues quieras que no, les das un respiro, porque es un servicio de estancia diurna. Entonces, me imagino y por lo que yo he ido hablando con familiares y usuarios, que ha afectado de manera negativa. Cuando vuelva más o menos todo a la normalidad y podamos abrir, veremos a ver cómo podremos acercarnos a ellos y cómo podemos estar con ellos.

-SM: Cambiando radicalmente de tema, recientemente, la Facultad de Trabajo Social de Cuenca ha cumplido 30 años, ¿cómo ha influido en vuestro desarrollo profesional haber estudiado en la Facultad de Trabajo Social de Cuenca? 

-NG: Para mí, yo venía de cuatro años de Educación Social, y luego hice Trabajo Social. Decidí hacerlo porque me llamaba la atención, porque sabía que había diferencia, pero también tenían sus puntos en común. Para mí fue, para definirlo en una palabra, fue: “aprendizaje”, yo aprendí muchísimo en los dos años que estuve. Y como comentaba Marta, los profesores de la Facultad de Trabajo Social tienen muchísima experiencia, se puede aprender un montón de ellos. Además, son gente que tiene una vocación increíble y su trabajo es su forma de vida; entonces, se aprende muchísimo de ello. Y además, como decía Marta, tienes la ventaja de que hay mucho tiempo de prácticas y yo en las prácticas aprendí muchísimo, además de las tutoras. Las tutoras que tuve, bueno tanto en Educación Social, como en Trabajo Social fueron tres personas clave en mi vida y me enseñaron mucho.

-MM: Es que donde más se aprende es en las prácticas. Ahí es verdaderamente el Trabajo Social. Ahí te das cuenta de lo que va a ser más o menos, por así decirlo tu trabajo. No es lo mismo estudiar y luego llevarlo a la práctica. Luego cambian muchas cosas. Porque yo pienso que nosotros, a veces, tenemos que ser tan creativos… porque tenemos que crear recursos donde no los hay o inventarlos. Entonces, los profesores también hacen muchísimo. Yo la verdad, que he tenido suerte, que mis profesores de prácticas me ayudaron muchísimo y es donde más se aprende. 

– SM: Y ya para terminar, ¿qué os ha aportado estudiar Trabajo Social en Cuenca a nivel personal?

-MM: Al ser una ciudad pequeña parece que no hay recursos, pero sí que hay recursos. No sé, yo pienso que la gente es más cercana, te intenta ayudar. Porque vas, por ejemplo, a hacer prácticas a una asociación y enseguida te ayudan. Además, cuando estudias una cosa que te gusta verdaderamente, yo creo que eso se nota y la satisfacción personal que te llevas es muy grande.  

-NG: Yo decidí hacerlo en Cuenca y seguir en Cuenca, estuve 7 años en total, porque me parece que es una ciudad que tiene un encanto especial. Tiene lo bueno de un pueblo y lo bueno de una ciudad. Y lo que me llevo de ahí es la gente, la gente que conoces en la Universidad, tanto tus compañeros como los profesores, la gente que conoces por el camino… Te aporta otro punto de vista. Yo, por ejemplo, que vengo de un pueblo pequeño, me fui a Cuenca y es como abrir tu mente, yo he vivido en Albacete y no es lo mismo, porque es como que la gente de Cuenca es más cercana. 

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